LA ESCLAVA TILES


Perry me compró, por fin, el álbum de figuritas que le pedí, fácil, cuarenta veces. Me decía que era una vergüenza que una mujer adulta (¿qué es eso?) tuviera un álbum de figuritas, pero yo insistí: “Perry, ¿alguna vez dudaste de que me chupa un huevo y medio tu opinión? Te lo pido porque lo venden cerca de tu trabajo, basta. Menos joder y más comprarme el álbum, ¿dale?”

El tarado (siempre me hace lo mismo) finalmente me lo consiguió, y me trajo además un pilonazo de sobres de figus. Es un personaje… ¡cómo lo quiero! De inmediato abrí todos y empecé a pegar entusiasmada. Entonces me di cuenta de que estaba casi completo, excepto por dos que, como se dice en la jerga, nola.

Lo maravilloso de este álbum es que forma una historia.

La historia es así:

 

La esclava Tiles

Desde el pozo profundo salía una voz: era Chicha Tiles, la empleada del almacén.

“¡Larreta y la re puta madre que te parió! ¡Chorro! ¡A ver cuándo dejás de rascarte las bolas y arreglás las calles de una buena vez!” La Chicha era fina como canapé de polenta. Venía distraída, eso sí, no fue todo culpa de Larreta, mirando los cielos en vez de las baldosas levantadas y el gran pozo al que se iban acercando sus pies. Ella pensaba en la idea de justicia: en sus manifestaciones y en la justicia en sí. Dentro del pozo, después de putear bastante, siguió filosofando en silencio. Por suerte no tenía nada roto.

“¿Está bien, señora Tiles? ¿Tiene algo roto?” Era la voz del oficial Pleiton, a quién la Chicha despreciaba no tan en secreto. “Estoy bien”, le respondió lacónica, y pensó: “¿No escuchó este gil que la narradora dijo recién que por suerte no tengo nada roto?” Le dieron ganas de mandarlo a la mierda, un poco por rati y un poco por estar dentro de un pozo, pero también por esto último lo consideró poco sabio. En eso se sumó otra voz familiar: “Ah, pero no te puedo creer, Chicha… ¡No te puedo creer! ¡Jajaja! ¡Sos una idiota! Siempre pensando en pavadas en vez de estar trabajando, como corresponde.  Paso por el local y veo el mostrador vacío… ¡Agradecé que me parece cómica la situación porque si no te estaría echando en este preciso instante!” El señor Tracior era el dueño del almacén. “Me tenés harto con tu actitud, Chicha, ¡esto es el colmo!”, dijo, pero después río de nuevo porque, como la tenía en negro, laburando doce horas por doce lucas, era más práctico burlarse de ella que despedirla.

“Hay muchas formas de esclavitud enmascaradas…”, balbuceó la Chicha Tiles.

“¿Cómo?”, preguntaron el señor Tracior y el oficial Pleiton al unísono.

 

Acá justo me falta la figurita en que ella les responde, así que no sé qué dice. Me contaron que al final el policía medio que admite que en realidad él le metió la traba “sin querer”, entre varios la ayudan a salir y uno le toca el culo, también supuestamente sin querer, y termina con que el señor Tracior le grita a Chicha algo que tampoco sé porque esa es la otra figu que me falta.

¡Por serte la mayoría las tengo todas late, estoy re contenta!

Perry, ¿querés las repe para algo o las tiro?



Marina Melantoni © Todos los derechos reservados.

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