AQUÍ ESTÁ ROSALÍA - Capítulo I: "UNA TARDE EN CASA"

Rosalía escribió un deseo y lo escondió bajo su colchón amarillento.

Luego del almuerzo salió sin destino prefijado, pero con la clara intención de divertirse en la pradera. Para alejar de sus pensamientos al asesino cruel del amor, al protagonista de la telenovela de su vida, que la tenía suspirando melancólica, dejó rodar abiertas dos bolsas llenas de escorpiones de goma cuesta abajo por la colina. Mientras los veía caer sobre unas personas que se encontraban de picnic al pie, Rosalía reía como endemoniada, agarrándose la panza. Sus ojos despedían lágrimas de gozo y excitación. Amaba las bromas pesadas, ¡incluso si era ella misma la destinataria de alguna!

Regresó a su casa antes de que lxs comensales decidieran mirar hacia arriba. Sentada frente a la telepantalla, observó transcurrir el tiempo muy despacio, casi en reversa. Las imágenes ennegrecieron su ánimo y su temperamento ambiguo se tornó indiscutiblemente espinoso. Vio unos labios que lento se abrían y se cerraban (eran los labios blanquecinos de él, el asesino cruel del amor) para narrar un sentimiento, pero a ella no le interesaba el contenido de lo narrado sino esa boca dulce meciéndose en la penumbra de su habitación… Ocho horas pasó encerrada en el castillo de cartas gigante que su amigo había construido para ella, aquella vez…  Ocho horas con la cabeza desprendida del cuerpo, perdida entre alucinaciones aporéticas, sola en el fluir de la conciencia que se auto-comprende, aperceptiva, frente a frente, mano a mano consigo, sin respuestas obtenidas a partir de la interacción con la alteridad, sino fecundadas íntimamente, en el seno de su entidad más propia. Era incapaz de olvidarlo.

Una hora más tarde, Rosalía masticaba monótonamente una rodaja de pan duro mientras se arrepentía de haber invitado a Gwayne aquel domingo a merendar. El muchacho era muy amable, pero demasiado tímido, por lo que ella, frustrada, solía tirarle del grasiento pelo cada vez que él titubeaba antes de responder a una pregunta sencilla como, por ejemplo: “¿Querés otro café?”

La velada comenzaba a tornarse insoportablemente aburrida, cuando del tedio lxs rescató el buen Omar, que apareció en la casa con ricas facturas, bombones y pastelitos.

“¡Omaaaar!” exclamó Rosalía entusiasmada, al verlo del otro lado de la ventana.

“¡Maldición!” pensó Gwayne, que estaba buscando el momento ideal para proponerle matrimonio a Rosalía. En realidad, no era su deseo en absoluto, pero Misia Egoberta, su dominante madre, le había ordenado que lo hiciese o sería desheredado. Y Gwayne no aguantaba a Rosalía… pero menos la idea de tener que salir a trabajar, y ella era la única que le prestaba una mínima atención, lo trataba con respeto y era relativamente linda, por lo que sus xadres veían en la muchacha la última esperanza de que su granujiento y maloliente hijo compartiese la vida con una mujer y, de este modo, perpetuara el apellido Gomines. ¡Y eso que al pobre Gwayne ni siquiera le gustaban las chicas!

“¡Rosalía, traje bocadillos!” dijo Omar cuando cruzó el umbral de la entrada, y ella le dedicó una sonrisa tan enorme y luminosa que el anciano panadero tuvo que colocarse de inmediato los anteojos de sol para que no se le lastimasen las córneas.

¡El deseo se había cumplido, qué felicidad!



Marina Melantoni © Todos los derechos reservados.

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