HERMINIO, EL POBRE NIÑO, Y LAURA PAULA EN EL AULA

Herminio está incómodo. Por eso, según dice, es que no puede hacer la prueba.

La maestra lo interroga para saber qué es exactamente lo que le pasa, pero él sólo repite sin cesar que está muy incómodo, y solloza. Tal vez tiene ganas de ir al baño, o por dentro es anciano y se siente cansado. Tal vez extraña mucho a alguien y le avergüenza admitirlo. Tal vez no gusta de las nenas sino de los varones y no sabe cómo decirlo. La cuestión es que Herminio da mil vueltas para no llegar a ningún lado y la maestra empieza a preguntarse por qué eligió esta profesión tan ingrata, y balbucea improperios contra su alumno.

El reloj marca un montón de minutos durante los cuales Herminio sigue sin querer hacer la prueba y la maestra comienza a sentir cómo el fuego de la ira recorre su interior. La autora de este relato considera que esto está completamente justificado, dadas las circunstancias.

La clase, sin embargo, aparenta estar bajo control. El resto de lxs alumnxs resuelve la prueba en silencio y hoy todxs trajeron la tarea hecha. Todxs menos Laura Paula, que rara vez hace la tarea, porque cuando llega a su casa tiene más ganas de jugar con sus peluches, inventarles historias, dibujar, escribir en su diario cuentos fantásticos basados en lo que le sucedió durante el día, y más ganas de leer historietas y pintar con sus acuarelas que resolver aburridos problemas de matemática. La autora de este relato considera que Laura Paula hace bien. Sus hábitos tal vez le costarán alguna que otra reprimenda en un futuro lejano, pero siempre se puede aprender a ser sumisx y doblegarse ante las obligaciones que se tienen para con aquellxs que se llevan la tajada y nos arrojan las migajas. Para eso falta mucho, que disfrute mientras pueda.

Sonó el timbre del recreo y tanto Herminio como Laura Paula salieron al patio de inmediato. Él tenía un trompo verde y blanco, lo hacía girar sin parar. Jugaba solo y cada vuelta del trompo representaba, pobre niño, una punzada en su corazón pudoroso. Quería un amigx. Laura Paula, por su parte, pasaba el tiempo con un grupo de compañeras a las que no terminaba de comprender y que no le terminaban de agradar. Una tenía pecas, se llamaba Maru. Otra, la pálida y ojerosa Gabi, estaba resentida con la vida porque le había tocado nacer en una familia pobre -una carga poco liviana en un colegio de ricos- y por eso era cruel y despiadada, en general con Laura Paula, más bien ingenua y tranquila. También estaba Luchi, la neutral: se llevaba bien con todo el mundo. Y la tímida Vivi, de la que el resto se burlaba porque era introvertida y parsimoniosa. Todo lo que hacemos (en general, sin darnos cuenta de que lo hacemos) tiene su origen en lo primero que aprendimos, pensó Laura Paula al recordarlas, veinticinco años después.

Herminio diseñó una vez un avión. Lo hizo con cartulina rosa, verde y azul. El avión era súper, podía volar a la velocidad de la luz y liberaba golosinas por el vientre. Había decidido que las golosinas sólo iban a llover sobre la casa de Laura Paula. Cada unx tiene lo que se merece, aseveró. La autora de este relato considera que esto es a veces cierto, y otras, completamente falso.

Mientras tanto, Laura Paula se preguntaba si existiría algún planeta habitable.

O sea, sin humanxs.



Marina Melantoni © Todos los derechos reservados.


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